«La suerte es como la juventud. Cada cual se lleva su lote. Algunos la pillan al vuelo, a otros se les escurre entre los dedos, y otros la siguen esperando cuando ya ha pasado de largo…»
Yasmina Khadra
Seguramente te has topado con alguien que ha comprado un billete de lotería o un clásico «raspadito». Con esta compra, la persona en cuestión pone una parte de sus esperanzas en lograr el éxito económico mediante la suerte. Tú, por el contrario, has tenido la suerte de averiguar la posibilidad de éxito en el famoso sorteo. Quizás leíste por ahí que la posibilidad de triunfar en la lotería es extremadamente mínima. Incluso existen páginas que te hacen el cálculo de tu posibilidad de éxito.
Incluso te advierten que es más probable que mueras por la caída de un rayo o un accidente automovilístico a que le atines al número de la lotería. Si te enteraste de estos datos, seguramente eres del grupo de personas que se burlan de aquellas que compran constantemente un billete de lotería. Y aún así, es probable que pertenezcas a otro grupo de personas que sigue pensando que la Diosa Fortuna les sonreirá en otros ámbitos de su vida: el amor y el trabajo.
Y es que, nosotros, los descreídos de la lotería, pensamos que nuestra vida tendrá un buen final. Que ninguna enfermedad atacará nuestro cuerpo antes de la edad apropiada. O que en algún punto tendremos la relación perfecta en nuestras vidas. O que después de varios intentos, encontraremos el trabajo de nuestros sueños, aquel que nos dará fama y dinero. Todas estas ideas parecieran ser ampliamente aceptadas por el grueso de la población a nivel global. Sin embargo, al igual que la lotería, existe una enorme posibilidad de que nuestra vida se termine antes de que logremos alguna de estas metas. Y los desdichados serán una buena parte de la población. Los medios de comunicación y la cultura popular en general han sido causantes de estas distorsiones del pensamiento.
La economía de libre mercado busca que sus consumidores estén pensando constantemente la felicidad a través de productos que van empatados con las metas que todos tenemos en el amor o el trabajo. Esta búsqueda predispone al individuo a suponer que sus acciones tarde o temprano redimirán su vida tal cual la imaginan. Siendo que las emociones son también productos que deben venderse, un matrimonio feliz o un trabajo ideal son formas inmateriales de productos que consumimos y terminamos anhelando.
Una vida sin dificultades o sin metas no cumplidas es sumamente extraña. El individuo promedio sufre cada día una sensación de desesperanza, tristeza o percepción de mediocridad que no comparte de forma pública, y sin embargo, la vive constantemente. La «diosa fortuna» nos coloca en posiciones iniciales muy diversas que están a la predisposición azarosa de personas e ideas que pueden hacer cambiar nuestra forma de pensar a lo largo de la vida. Estas acciones casuísticas son las responsables de que nuestra situación mejore o empeore. Las personas que compran estos productos emocionales durante alguna etapa de su vida (a través del cine y la literatura), lo abandonan después de unos años después de que la realidad los golpea duramente.
En la película de «The Netbook», la pareja perfecta es el resultado de una relación larga y compleja pero con un final feliz. Ninguna emoción es tan sublimente vendida como el final: la pareja muere casi al mismo tiempo y en la vejez. Una idea que excita a más de una persona (especialmente a las mujeres) y que tratan de emular constantemente en todas sus relaciones. Incluso, en una relación que objetivamente no llegará a eso, será comprada por la amante como si lo fuera. Basta escuchar las historias más cercanas a nuestro entorno para descubrir que incluso el amor romántico menos ambicioso es también una rareza entre las personas. Sin embargo, todos jugamos a la lotería de esta meta sin pensar en la poca probabilidad de lograrlo.
El trabajo sufre de las mismas dificultades. En un entorno de trabajo global en el que posibilidad de encontrar un puesto duradero, que refleje todo nuestro verdadero ser y que nunca nos cause estrés es extremadamente difícil. En primer lugar se debe a que la mayoría de nosotros no sabemos a que nos queremos dedicar a temprana edad. Gracias a la presión social escogemos alguna carrera u oficio sin detenernos demasiado a evaluar si es lo mejor para nosotros.
Cuando una persona se da cuenta de esta situación acude a otras formas de satisfacer sus necesidades laborales más ambiciosas. Una de estas formas es la cultura del emprendimiento. Millones de personas alrededor del mundo se dedican a generar nuevos productos y empresas que piensan que cumplirán todos sus ambiciosas metas. La meta final será un trabajo que satisface nuestro deseo por la autorealización. Aunque el deseo sea válido, este es compartido por millones de personas alrededor del mundo, y la posibilidad de que se realice es más baja de lo que nosotros imaginamos.
Vivir una vida sin contratiempos en noventa años (o menos) es extremadamente raro. Accidentes, desastres naturales, enfermedades y la mala suerte de no encontrar una pareja para toda la vida son posibilidades latentes y más comunes de lo que imaginamos. Pensar de otra forma es querer jugar a la lotería de la vida. Que por nuestra extrema bondad o fortuna pasada, no tendremos ese tipo de dificultades. Los cristianos suelen engañarse con la idea de estar «bendecido por Dios» al considerarse afortunados por tener lo que tienen sin pensar que ese mismo ente puede revertir su fortuna (cosa que no hacen por su propia concepción de lo divino).
Y es que nuestro cerebro tiende a interpretar las estadísticas de una forma muy equivocada. Percibimos la ocurrencia de algo que es mucho más común de lo que realmente es. Los golpes de suerte en el amor o el trabajo son ampliadas por los medios de tal forma que consideramos que tenemos una alta posibilidad de adquirirla también. Incluso la persona más pobre en algún lugar remoto le llega esta idea. El porcentaje de éxito de un negocio suele ser inferior a dos cifras, la mitad de los matrimonios del mundo terminan en divorcio y la posibilidad de lograr un cuerpo atlético es también relativamente bajo.
Alain de Botton explica muy bien esta idea en el video The Lottery of Life. El filósofo inglés considera que si tuviéramos el poder de espiar la vida de todas las personas alrededor del mundo, veríamos como otros ven el trabajo o el amor y estaríamos mucho menos tristes por nuestra propia situación. Nos daríamos cuenta de lo frecuente que es la decepción, cuantas ambiciones nunca son llenadas y que tanta confusión e incertidumbre vaga realmente por el mundo.
La idea, por supuesto, no es generar mayor pesimismo por nuestra situación o sentir una tristeza extra en nuestra vida. Más bien, lo que propone Botton es que entendamos que tan anormales y crueles estamos siendo con nosotros mismos. Aunque entenderlo puede ser doloroso, puede ser también reconfortante y tranquilizador. Al igual que el planteamiento expuesto en el post sobre la tragedia de la vida y el mundo de perdedores, encontrar a otro que sufra una suerte igual o peor que la nuestra es también una oportunidad para ofrecer nuestra simpatía y ánimo para alguien que cree en metas que son tan comunes de ambicionar, pero terriblemente difíciles de obtener.
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