-México significa en el ombligo de la luna, ¿no profesor?
-¿Donde leíste eso?, ¿En el Encarta?

Estas fueron las primeras palabras que intercambie con el maestro Ehecatl.

Corría el año de 2002, cuando me metí por curiosidad a la clase de cultura náhuatl que recién habían abierto en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. El profesor de náhuatl era de estatura baja, delgado, vestido sencillamente, y con un aspecto de huelguista del CGH. Mi interés por la cultura antigua mexicana había tenido resonancia desde que estaba en la secundaria. Había leído Azteca, y quería comprobar cuanta veracidad había en la novela. Estaba tomando muchísimos cursos sobre cinematografía y no tenia tiempo para tomar el curso de náhuatl. Ese día tuve curiosidad por saber de que hablaba el profesor, y me escape de una clase para entrar. Como todo primer encuentro, no tuvo una gran significado hasta mucho después.Pasado un semestre decidí ingresar de lleno al taller. Esta vez vi al profesor ricamente ataviado con su ropa tlaxcalateca. Este rasgo del profesor fue una especie de efecto karmatico para la ciudad de Tenochtitlán. Gracias a los tlaxcaltecas, la invasión española fue un exito. Ahora, los habitantes de ese estado regresaban a reculturizar la ciudad. El maestro Ehecatl cumplió una misión muy importante dentro de la universidad, al llevar una visión de pueblo, de raíz no académica, la visión de los pueblos antiguos.

El maestro Ehecatl hablaba desenfrenadamente sobre la cultura mexicana. No solo explicaba, sino que a la vez hacia una tragedia cómica de cada evento de la historia del país. Curiosidades de México, como la fundación de Cuernavaca y la pésima pronunciación española para nombrar de forma correcta el lugar «Cuanahuac». Mitos y leyendas de la conquista del pais eran llevados de la boca del profesor, del chiste a la burla, de la burla al coraje, y del coraje al intelecto que le revelaba como reaccionar ante lo que ocurrido.

-El nombre de México es algo mucho mas profundo…

El mundo se me revelaba mucho mas complejo de lo que haba leído en mis escasas lecturas de estudiante de primeros semestres. Cada clase me dejaba un asombro ante la tierra sobre la cual estaba parado que mi interés por ella despertó al instante. Tenia compañeros de clase que grababan cada clase que impartía el maestro Ehecatl. Muchos estaban impactados ante la información de los pueblos antiguos. Cosas como los dioses, los sacrificios, las costumbres. Todo el mito que cargábamos en nuestras cabezas, implantado por la educación y referencias académicas que habíamos obtenido vagamente en nuestra educación anterior. Ahora abrazábamos a los antiguos con cariño y sobre todo con muchísimo respeto.

Paso el semestre, y el maestro Ehecatl nos invito a un viaje a su tierra natal. Planeaba llevarnos a un temazcal típico del lugar, ademas de acampar en un lago que tenia una gran semejanza con la antigua Tenochtitlán. Este pequeño viaje fue el inicio de una travesía por el dolor y el conocimiento. El temazcal nos había dejado con un dolor increíble de cabeza. Y al dia siguiente subiríamos una de las cumbres mas altas del país: la Malinche o Matlalcueytl. Aun recuerdo la gran dificultad que padecí para subir a la punta. Había pasado una noche sumamente fria en la montaña, con una cobija muy delgada y un intenso de dolor de cabeza. Al despertar en la mañana, teniendo el cuerpo entumecido y un hambre matutina, el maestro Ehecatl nos pidió que nos levantaríamos para empezar la subida hasta la cumbre. Durante 6 horas estuve ascendiendo el vertiginoso camino de la Malinche. Tan solo con dos barras de chocolate y una botella de agua, estaba pasando por uno de los momentos mas fuertes de mi vida. Una vida citadina, una mala preparación física para la ascensión al lugar, y una vestimenta que incluía unos huaraches en donde se me acumulaba una enorme cantidad de piedras que me abrían heridas en cada paso. Hubo momentos en donde había desistido de llegar a la cima. Me había quedado en una piedra acostado, pensando que mis energías se habían agotado e iba a quedar ahi para siempre.

– Sube muchacho sube…

Las palabras del maestro Ehecatl sonaron en mis oídos en los momentos mas indicados. Mi profesor había regresado a dejar a su pequeña hija al campamento a medio camino, y estaba de vuelta para llegar a la cima. Me dio ánimos para que lo siguiera y llegáramos al final del camino.

Estando en la punta. El maestro Ehecatl y un muy querido amigo estábamos a punto de hacer un ritual antiguo conocido como «saludo a los cuatro puntos del universo» en donde minutos antes habíamos sido victimas de la burla de otros mexicanos y extranjeros que nos habían visto hablar en náhuatl en la punta de la montaña. Un dolor insoportable, un hambre enfermiza y una sensación de estar en el techo del mundo fueron las cosas que pasaban por mi cabeza en aquellos momentos. Pero hablar en el idioma de los antiguos habitantes del valle central de México, mas la emoción de regresar una costumbre enterrada a la vida, y claro el orgullo de conocerla gracias al maestro Viento, eran motivo suficiente de orgullo. Orgullo que me hizo pararme en la piedra mas alta de la montaña con un brazo en señal de saludo a los cuatro rumbos del universo, los cuales parecían responder con su eco. Al finalizar, el silencio de los otros escaladores de montaña, con una gran cantidad de equipo y protección nos miraban con asombros. Pasamos de ser los pobres indios sucios y pendejos, a los portadores de un gran respeto por la tierra, todo esto, según las mismas personas que se burlaron al principio.

El caracol de quetzalcoatl resonó en la punta de la Malinche. Nombre dado a una mujer que habia colaborado casi decisivamente en la caída de los pueblos antiguos. Ahora estando en su cumbre mas alta, le habíamos anunciado a todo el universo, que el despertar del México antiguo estaba en marcha…

Y el maestro Ehecatl comenzó mi entrenamiento…

Continuará…

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