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El guerrero era por excelencia el sinónimo de Bueno |
El cambio de valores de la sociedad pagana a la cristiana
«¿En que condiciones se inventó el hombre esos juicios de valor que son las palabras bueno y malvado?, ¿y que valor tienen ellos mismos? ¿Han frenado o han estimulado hasta ahora el desarrollo humano? ¿Son un signo de indigencia, de empobrecimiento, de degeneración de vida? ¿O, por el contrario, en ellos se manifiestan la plenitud, la fuerza, la voluntad de vida, su valor, su confianza, su futuro?»
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La llegada del cristianismo trajo una nueva forma de ver la vida. Los juicios de valor caballeresco como los nombre Nietzsche predominaban anteriormente, estos juicios de valor consideraban la constitución física poderosa, la salud floreciente, rica y desbordante como la vida aristocrática, aquella que se alimenta de guerras, aventuras, caza, danza, peleas y en general todo lo que la actividad fuerte, libre, regocijada lleva consigo. Actualmente podemos observar películas como Beowulf o series como Spartacus en donde los valores morales apreciados están intrínsecamente relacionados con la fuerza, el poder y la voluntad de disfrutar la vida. En el primer caso, Beowulf constituye uno de los pocos legados antiguos de los pueblos anglosajones que demuestran otra forma de observar la vida. Estos valores eran muy similares entre pueblos precristianos de Europa.
Con la llegada de los valores de vida judíos, un pueblo netamente sacerdotal, la inversión de valores comienza su masificación con la instauración del cristianismo como religión oficial. Los sacerdotes como menciona Nietzsche:
se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de valores (bueno = noble = poderoso= bello=feliz) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el odio de la impotencia) esa inversión, es decir comienzan a predicar lo contrario «¡Los miserables son los buenos; los pobres; los impotentes, los bajos son los únicos buenos; lo que sufren; los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios, únicamente para ellos existe bienaventuranza, en cambio ustedes, ustedes los nobles y violentos, ustedes son, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos, y ustedes serán también eternamente los desventurados, los malditos y los condenados!…
¿Qué es lo que los judíos sentían, en cambio, contra Roma?, Se lo adivina por mil indicios; pero basta con traer una vez más a la memoria el Apocalipsis de Juan, la más salvaje de todas las invectivas escritas que la venganza tiene sobre su conciencia. (Por otro lado, no se infravalore la profunda consecuencia lógica del instinto cristiano al escribir cabalmente sobre este libro del odio el nombre del discípulo del amor, del amor, del mismo a quien atribuyó aquel Evangelio enamorado y entusiasta-: aquí se esconde un poco de verdad, por muy grande que haya sido también la falsificación literaria precisa para lograr esa finalidad.) Los romanos eran, en efecto, los fuertes y los nobles; en tal grado lo eran que hasta ahora no ha habido en la tierra hombres más fuertes ni más nobles, y ni siquiera se los ha soñado nunca; toda reliquia de ellos, toda inscripción suya produce éxtasis, presuponiendo que se adivine qué es lo que allí escribe. Los judíos eran, en cambio, el pueblo sacerdotal par excellence, en el que habitaba una genialidad popular- moral sin igual: basta comparar los pueblos de cualidades análogas, por ejemplo, los chinos o los alemanes, con los judíos, para comprender qué es de primer rango y qué es de quinto. ¿Quién de ellos ha vencido entre tanto, Roma o Judea? No hay, desde luego, la más mínima duda: considérese ante quién se inclinan hoy los hombres. en la misma Roma, como ante la síntesis de todos los valores supremos, – y no sólo en Roma, sino casi en media tierra, en todos los lugares en que el hombre se ha vuelto manso o quiere volverse manso, – ante tres judíos, como es sabido, y una judía (ante Jesús de Nazaret, el pescador Pedro, el tejedor de alfombras Pablo, y la madre del mencionado Jesús, de nombre María). Esto es muy digno de atención: Roma ha sucumbido, sin ninguna duda.