Los atentados del 11 de septiembre del 2001 colocaron a los terroristas como actores importantes dentro del escenario mundial, sin embargo, el terrorismo no es algo nuevo y el uso del miedo es una de las estrategias políticas más antiguas de la historia. Las últimas décadas vieron un incremento de actos y grupos identificados como terroristas pero, a pesar de su relevancia en la política internacional, sigue siendo complejo designarlos con claridad. Si bien el significado de palabras como miedo y terror es claro, la complicación viene cuando se asocian a acciones y actores concretos en donde la gama de variantes puede ser muy amplia.
¿Pero, qué es entonces el terrorismo?
El Departamento de Defensa de los Estados Unidos lo define como el uso calculado de violencia ilegítima para inculcar miedo, con la intensión de coaccionar o intimidar a gobiernos o sociedades para lograr un objetivo político, religioso o ideológico. Por su parte, las Naciones Unidas lo consideran un método de acciones violentas, repetidas y clandestinas que generan ansiedad, las cuales son empleadas por individuos, grupos o estados con fines políticos.
A pesar de ciertas similitudes en estas definiciones, sigue habiendo diferencias evidentes. Numerosas fuentes coinciden en la dificultad de encontrar una única definición de terrorismo que abarque todas sus posibles variantes o que logre hacer una distinción clara entre actos terroristas y otros actos violentos similares llevados a cabo por individuos o grupos sin un objetivo político. Inclusive, puede resultar complicado, en ocasiones, distinguir entre terrorismo y acciones militares, siendo la única diferencia que en el primer caso los actos se consideran ilícitos, mientras que en el segundo no.
Hasta hace algunos años, el terrorismo – particularmente el religioso – se consideraba como algo irracional llevado a cabo por grupos fanáticos, sin embargo, estudios recientes sugieren que cualquier acto de este tipo tiene, en principio, un objetivo político. Independientemente de que exista o no un componente religioso asociado, los actos terroristas están diseñados para llamar la atención de la población, el gobierno y la comunidad internacional. Los ataques están planeados de tal manera que provoquen la mayor reacción y publicidad, de ahí que los blancos elegidos sean puntos simbólicos y estratégicos.
Aunque el terrorismo ha existido siempre, los estudiosos del tema apenas están empezando a entender cómo y por qué funciona. Una observación interesante de Freedman (2007) explica que el terrorismo funciona, no solo porque genera miedo, sino porque empuja a gobiernos e individuos a reaccionar de tal manera que acaban ayudando a la causa terrorista. Podemos mencionar aquí dos ejemplos muy claros que apoyan esta hipótesis.
El primero es el caso del Ejército Republicano Irlandés (IRA) que bombardeó parques, bares y zonas comerciales en Londres con la intensión de presionar al gobierno británico de otorgarle su independencia a Irlanda. En el segundo ejemplo están los ataques de Al-Qaida sobre las Torres Gemelas y el Pentágono, los cuales estuvieron planeados para provocar una respuesta militar de Estados Unidos y obligarlo así a retirar su apoyo de Israel y Arabia Saudita. En los dos ejemplos, los gobiernos reaccionaron exactamente como los terroristas habían anticipado, evidenciando que hubo una estrategia detrás de los atentados. En cada caso existió una planeación rigurosa durante la cual se evaluaron lugares, fechas, tiempos y recursos necesarios para lograr el objetivo deseado.
Es evidente, entonces, que el terrorismo es una herramienta política que ha sido utilizada por numerosos grupos con mayor o menor éxito. Un artículo publicado en la revista International Security describe cinco tipos de estrategias comúnmente empleadas por terroristas (Kydd & Walter, 2006). La primera intenta convencer al enemigo que el grupo terrorista es lo suficientemente fuerte para ocasionar daños considerables, la segunda busca intimidar a la población y manipularla para obtener el fin deseado, la tercera estrategia se basa en provocar una respuesta violenta del enemigo frente a un atentado, la cuarta busca frustrar negociaciones entre el gobierno enemigo y grupos moderados y, finalmente, la quinta pretende convencer a la población de apoyar a la causa terrorista y justificar sus acciones.
Independientemente de la estrategia elegida, un aspecto clave para el éxito es la narrativa que se maneje. Es relevante mencionar que ambas partes involucradas van a manejar su propia narrativa de los hechos, buscando manipular la opinión pública a su favor. La propaganda jugará también un rol importante, especialmente al momento de obtener apoyo para la causa. Inclusive, decidir quién sí es y quién no es un terrorista es parte de la batalla de narrativas. Designar a un individuo o grupo como terrorista es, asimismo, una estrategia para satanizar o marginalizar al enemigo. Vale aclarar que aquellos etiquetados como terroristas emplean el terror como una táctica ocasional y no refleja, necesariamente, su modus operandi habitual; no obstante, la víctima resaltará el uso del miedo y violencia como parte de la narrativa para volcar la opinión pública en contra del agresor.
La efectividad del acto terrorista no se mide por la pérdida material o humana, sino por la reacción que genere en los diferentes públicos. El terrorismo se puede considerar una especie de teatro político en el que se representa un evento altamente dramático para un público determinado. En cada caso puede haber diferentes públicos presentes, tales como el gobierno, los distintos sectores de la población, los seguidores del grupo terrorista y la comunidad internacional. El efecto buscado varía dependiendo del público, por ejemplo, en el caso del gobierno, el terrorista puede buscar generar miedo o forzar alguna concesión política, mientras que en la comunidad internacional puede buscar reconocimiento y apoyo moral o material. El acto terrorista será el mismo, lo que cambia es la respuesta de cada tipo de púbico.
El terror estratégico tiene el objetivo de llegarle al Estado a través de su pueblo. Se puede concluir entonces, que el terrorismo implica la creación de un efecto psicológico – terror – con la intensión de provocar un efecto político que se manifieste a manera de cambios en la estrategia del enemigo (Freedman, 2007). Con esto podemos afirmar que hay un vínculo innegable entre el terrorismo y la política pero, tanto terroristas como gobiernos usan el terror como parte de su estrategia, ya que un pueblo con miedo siempre es más fácil de manipular.
Fuentes usadas
Freedman, L. (2007). Terrorism as a Strategy. Government and Opposition, 42(3), 314-339. Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/44483200
Kydd, A., & Walter, B. (2006). The Strategies of Terrorism. International Security, 31(1), 49-80. Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/4137539
Terrorism Research. (n.d.). History of Terrorism. Recuperado de: http://www.terrorism-research.com/history/
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