Charles Taylor habla de tres formas de malestar en nuestros días. La primera es el individualismo, la segunda es la razón instrumental y la tercera es la pérdida de la libertad.

Estas tres formas de malestar son síntoma de una distopía generacional, un mundo que nadie hubiese deseado pero que está sucediendo. El artículo de Taylor fue escrito en 1991 y es preocupante que sigamos en los mismos malestares.

El individualismo es denunciado por Marcuse en su “Hombre unidimensional”. El desarrollo tecnológico y la sensación de bienestar social han provocado que el sujeto egoísta se encumbre. Como señala Marcuse las personas se reconocen en las mercancías que poseen: una casa, un auto y esto lo celebran como el triunfo de la libertad. Sin embargo, Marcuse ve esto como el resultado del control social y la alienación.

Esto es posible porque para gozar de los beneficios del sistema de control social hay que estar de acuerdo con él y someterse a sus reglas.

La alienación definida como el vivir para trabajar posibilita ganar más dinero para tener más propiedades o comprar más objetos, los mismos que a través de la publicidad se vuelven necesarios. En nuestros tiempos los dispositivos electrónicos digitales se han vuelto indispensables y se venden con una fecha de caducidad programada. Los dispositivos móviles se vuelven obsoletos a los dos o tres años. Los sistemas operativos se vuelven infuncionales y sobre todo el aparato mercadológico exhibe al deseo, los nuevos modelos como necesarios. Esto es gracias a las estrategias de seducción que nos refería Baudrillard.

alteridad y seducción

Seducción y consumismo

El deseo nace en este sentido en ofrecer para poseer. La autosatisfacción del ser consumista se encuentra conforme con la compra de la novedad tecnológica. Es una manera de sublimar y desublimar y en ello radica el poder de la seducción en la publicidad, en atacar al ego y centrarlo en sí mismo, en poseer a través del consumo. Es un mecanismo de orden libidinal apuntaría Marcuse.

Adorno insistía en el deseo sexual que provocaban los actores o actrices de cine. Que ese culto a la personalidad sustituía la antigua admiración por las dotes histriónicas. A partir de los años veinte del siglo XX ya no importaba actuar bien, pues eso se solucionaba haciendo múltiples tomas donde la misma escena se repetía una y otra vez para corregir errores.

Ahora importaba la imagen y la imposición de un modelo de belleza. Se trataba de una sublimación represiva porque los cuerpos eran exhibidos como mercancía para de alguna manera poseerlos a través de múltiples afiches. Así se creaban legiones de fan orientados a la defensa del consumo de su estrella favorita. Sin embargo, lo más probables es que jamás conocieran en persona al ídolo. Jamás existía un acceso real al cuerpo, solo a la imagen. Por esta manipulación de la líbido de poseer sin poseer, Marcuse llamó a este fenómeno “desublimación represiva”.

En tiempo de los medios sociales, sigue existiendo esta forma de desublimación. Sin embargo, han aparecido nuevas formas radicales a lo que ya venía ocurriendo.

El usuario se convirtió en prouser, es decir, en productor y usuario al mismo tiempo. Los antiguos canales de comunicación propiedades de las grandes empresas comunicativas comparten esa función con millones de canales personales de los usuarios. Cada usuario es prácticamente un productor de contenido casi siempre, sin remuneración alguna. Es una nueva forma de explotación laboral donde se trabaja por gusto generando dinero a los dueños de las tecnologías que posibilitan estos canales. El usuario no suele recibir retribución económica alguna.

Empresas como Google (Alphabet) y Facebook (Meta) controlan este mercado y generan dinero a través de la venta de publicidad, de los datos personales de los usuarios a otras empresas y gobiernos, datos útiles para el control de las personas. Estos datos constituyen grandes volúmenes que se conglomeran en lo que se llama la Big Data.

alteridad y big data

Big Data e individualismo

Actualmente la Big Data contiene análisis usuario por usuario no solo sobre sus datos personales (dirección, edad, género, etc) sino sobre sus hábitos, lugares que frecuenta (logrado a través de la ubicación por GPS) sus pensamientos y preocupaciones (sintetizados por el vocabulario que utiliza cotidianamente y que exhibe en sus publicaciones) sus gustos personales y preferencias sexuales (a través de lo que muestra en sus calificaciones de las publicaciones ajenas o “me gusta”) su círculo de amistades (a través de las redes sociales que construye diariamente) y sus emociones. 

Cada usuario es motivo de un análisis a través de algoritmos y así se define el tipo de persona que es desde su intimidad. El perfil sicosocial de cada usuario es tan extenso como tanto publique en los medios sociales, A través del análisis facial, los algoritmos de los medios sociales deducen el círculo de amistades de cada usuario, también a través de las etiquetas que suelen ser recurrentes. No se puede llamar espionaje a esto porque el análisis de cada usuario se realiza con acciones que el mismo usuario convierte en públicas, es decir, al alcance de cualquiera.

Este tipo de conocimiento del perfil sicosocial del usuario está a disposición de cualquier otro usuario, la gran diferencia es que los algoritmos tienen acceso total sobre las interacciones del usuario, las conversaciones privadas donde el usuario realmente suele ser él mismo, son también intervenidas por las aplicaciones, a menos que haya una tecnología de cifrado de extremo a extremo de por medio.

Estos perfiles elaborados son mercancía que deja muchas ganancias a los medios sociales. Se venden a otras aplicaciones para intereses particulares. Es el control absoluto sobre el ciudadano porque se cuenta ya con una tecnología que detalla su conducta y sus gustos o preferencias. Los gobiernos se congratulan de esto y son clientes principales de esta tecnología. Como la habían vaticinado autores como Jesús González Requena en el siglo XX, es la abolición de la intimidad, solo que ahora no es una metáfora, no se trata de una pantalla metida en el dormitorio de un televidente. Se trata del acceso a la intimidad sicológica del usuario. Esta forma de control social a través de lo que es cada usuario y sus interacciones cotidianas es totalmente novedosa y efectiva. No da lugar a especulaciones. Son datos concretos contenidos en la Big Data. Actualmente todo es mercancía en este mundo distópico.

alteridad

Productores y consumidores, prouser

El usuario en esta desublimación represiva se hipersexualiza al ser prouser, el mismo es la mercancía. Suele exhibir su cuerpo en fotos sugerentes, sexualizando su cuerpo para recibir comentarios públicos halagadores y mensajes sugerentemente sexuales en privado. La monogamia se esfuma en los medios sociales, son un espacio idóneo para la promiscuidad.

Sin embargo, no dejan de ser espacios propios de interacción en una pantalla, ésta actúa como una ventana (como lo dicen las raíces etimológicas del concepto “pantalla” en varios idiomas) que permite mirar al mundo y al mismo tiempo, es una tecnología que nos separa del mundo físico. Por eso la hipersexualización se da en términos de una desublimación represiva. No es posible acceder al cuerpo del otro sino a través de la pantalla. Esta exhibición del cuerpo como mercancía, no oculta, no sugiere o connota como se haría en el erotismo, muestra y denota y provoca la mirada pornográfica.

La hipersexualización en la época de los medios sociales va de la mano con la pornografía. El cuerpo humano es sexualizado, es un objeto de consumo mediatizado donde la líbido es reprimida y llevada al conformismo del acceso a la sola imagen. El resto del cuerpo es reprimido, las sensaciones se vuelcan a la escópica onanista.

El usuario se objetiviza a sí mismo y se autocomplace en el narcicismo onanista tanto como sus seguidores. El onanismo es la manifestación ideal de la desublimación represiva propia de la dinámica cotidiana basada en lo tecnológico digital.

El usuario se complace ante su propia imagen, la exhibe en búsqueda de la aceptación social, ésta es su verdadera recompensa: se complace en el número de “me gusta” que obtiene, en las veces que su imagen pueda ser compartida. Como en el mito de Narciso, se enamora de su propia imagen y la adapta al estándar de belleza imperante. Es el infierno de lo mismo, la renuncia a la alteridad propia y de la etnicidad en pro de una imagen de belleza global. Así, blanquea su rostro, modifica partes del rostro porque todo debe ser lo mismo, sin embargo el usuario se piensa que es diferente, que de eso trata su individualidad. En realidad solo cumple con el estándar del infierno de lo mismo.

Del otro lado, el seguidor motiva su satisfacción personal volcándose a su mismo cuerpo a través de la imagen del otro. Ese es el juego en la imagen pornográfica, volcar al sujeto sobre sí mismo, aislarlo de la vida social y afectiva con el otro y reducir su vida sexual hacia su misma corporalidad. La pornografía encierra al sujeto sobre sí mismo a trevés de consumir los cuerpos ajenos como una mercancía escópica.

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Alteridad, el ser narcisista y el ser onanista de la distopía moderna

Tanto usuario como espectador juegan el mismo juego, uno que los atomiza socialmente, que los aísla, que los lleva al narcisismo. Uno que los agota en las pantallas, que encierra su vida sobre sí mismos y la autocomplacencia. Es un infierno de lo mismo porque eso ocurre a escala global con cientos de millones de usuarios. La pornografía ya no se reduce a los videos donde hay coito explícito, hay mirada pornográfica hacia el contenido sexualizado en los medios sociales. Hay mirada pornográfica en esa dinámica del cuerpo del mismo usuario puesto como mercancía. Por definición, vender el cuerpo al otro eso es pornografía en su etimología. Actualmente vivimos una gran fiesta pornográfica en los medios sociales.

Es otra característica del mundo distópico. Las relaciones personales afectivas se suprimen por relaciones con intereses mercantiles. Se crean páginas especiales llamadas “only fans” para comerciar explícitamente con el cuerpo. Son formas de prostitución permitidas y nacen en la dinámica de esta hipersexualización. La promiscuidad es lo común sobre todo en esta lógica de la desublimación represiva. Consumir la imagen pornográfica es una forma de sexo seguro. No hay riesgo sanitario en ello. La pantalla proteje y aisla. El ser narcicista se consolida en ese individualismo. En esa forma de malestar que se ha radicalizado en nuestros días.

El aniquilamiento del otro se da porque la alteridad no existe, no es pensada y no cabe en esta lógica.

No existe los sentimientos afectivos sino solo la razón utilitaria, el mismo cuerpo es visto como mercancía a ser exhibida y consumida. Se exhibe o se retribuye. Ante millones de usuarios en los medios sociales supondríamos un triunfo de la alteridad difundida en millones canales personales. Sin embargo en esta globalización del deber ser del cuerpo, del encajarlo a ideales de belleza estandarizados, todo se vuelca al infierno de lo mismo.

Podríamos recorrer millones de fotografías de personas jóvenes en Instagram para encontrarnos con esta realidad, todo mundo viste igual, posa igual y quienes son más famosos en este medio, suelen poseer el mismo tipo de rostro, peinado y cuerpo.

El cuerpo humano se narrativiza como parte del infierno de lo mismo. No hay sorpresas sino confirmaciones de este supuesto. Lo que brilla por su ausencia es la diferencia. El “yo también soy” no se cumple porque no apunta a la alteridad. La fórmula sería “yo también soy igual que tú y no constituimos sino una mismidad globalizada”.

La violencia y nihilismo distópico

El narcisismo contemporáneo genera nihilismo y vuelve común el trastorno social de la personalidad.

No hay más valores que los personales, los valores colectivos se esfuman en la mar de creencias y relativismo de los múltiples yo. No hay hechos sino interpretaciones diría Gianni Vattimo y eso es una realidad en nuestros días. La verdad se relativiza de acuerdo con cada uno. La subjetividad proclama su triunfo: el mundo es tal y como lo concibes y el otro no existe porque no tiene razón. La razón suprema es la del yo y el diálogo está roto. Esto es lo propio en la época del ser atomizado. Las preocupaciones colectivas están eclipsadas en pro de la sobrevivencia de cada uno.

Nietzsche definía a la ausencia de valores colectivos como nihilismo. El nihilismo marca estos días y es la pragmática del mundo distópico.

Nadie ama a nadie cantaba Chris Isaac en los años ochenta del siglo XX y parece ser una verdad en esta época. Ante la ausencia de amor, se percibe una violencia en las calles sin precedentes. Todos los días nos llegan noticias de crímenes violentos, de agresiones a mujeres por el hecho de ser mujeres, de feminicidios al por mayor.

La ausencia de valores colectivos y del amor al otro vuelven al mundo carente de humanidad, de solidaridad con el otro.

No es que el otro sea un extraño como pasó en el encuentro de Europa con América en el siglo XX. La idea de alteridad se encuentra ausente, eclipsada, oculta en nuestros días.

Todo mundo usa a todo mundo para lograr sus propios fines narcisistas, es el lema que define a esta generación. El otro es el medio para satisfacer al propio yo.

Sin embargo, lo insospechado es que esto es la forma de control social. Así conviene que sea para que los gobiernos puedan entregar al mundo a quienes más tienen en pro de la ganancia inmediata.

Los gobiernos saben de sus disidentes, lo saben a través de la Big Data, nunca como antes los enemigos del sistema habían sido tan identificados y conocidos. Cualquier forma de resistencia está identificada si utiliza la web o los medios sociales.

Todo está dispuesto para que el individualismo siga, para que la violencia se continúe respirando en las calles. Todo está preparado para que no se salga a las calles y se prefiera vivir protegidos por una pantalla y a través de ella, conocer al mundo. La comida llegará a nuestras casas vía servicio de comida a domicilio. De hecho, cualquier objeto, incluso el cuerpo humano objetivizado llega con la comodidad del servicio a domicilio, en una época donde todo es mercancía.

Bibliografía

Adiós a la verdad / Gianni Vattimo ; traducción de María Teresa D’Meza. – 1a ed. – Barcelona : Gedisa, 2010. – 159 p. ; 23 cm. – Cla.de.ma. Filosofía .

La dictadura de los datos / La dictadura de los datos : la verdadera historia desde dentro de Cambridge Analytica y de cómo el Big Data, Trump y Facebook rompieron la democracia y cómo puede volver a pasar Brittany Kaiser ; traducción Carlos Ramón Malavé. – Primera edición. – 494 páginas

HAN, B.-C. et al.La agonía del Eros. Segunda edición. [s. l.]: Herder, 2017

El espot publicitario : las metamorfosis del deseo / Las metamorfosis del deseo Jesús González Requena; Amaya Ortiz de Zárate. – 3a ed. – Madrid : Cátedra, 2007. – 175 p. : il., fotos byn ; 21 cm. – Signo e imagen ; 39 .

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